“Bulgaria me eligió a mí y no yo a ella”, así comienza la conversación con un irlandés inspirado y enamorado de la ciudad de Chepelare y del monte Ródope. Se llama Raymond Wilkinson y desde hace 25 años su destino está vinculado con el de la villa en el seno del monte Ródope, que se ha convertido en su segundo hogar. Por primera vez llegó aquí en 1996 junto con un grupo del Club Rotary de su ciudad natal Monaghan y se enamoró de Chepelare para siempre. “La villa es pequeña, aquí todos se conocen y reina una atmósfera cálida. Trabé nuevas amistades y decidí comprar un piso pequeño y cómodo para poder pasar aquí seis meses del año”, cuenta Raymond que antes de jubilarse trabajó como profesor.
Agrega que en Chepelare encontró una comunidad cosmopolita de extranjeros, sobre todo de Irlanda, Gran Bretaña, Finlandia, Australia y Sudáfrica. Son personas que se integraron muy fácilmente en la realidad búlgara y todas sus contradicciones. Raymond es una persona curiosa, le gusta viajar y conocer nuevos aspectos de su segunda patria. “El viaje por Bulgaria es fácil para nosotros porque todos somos de la UE”, dice él y continúa:
“Aquí nunca he tenido que conducir porque el transporte público funciona muy bien. Lo mismo se refiere al transporte ferroviario. El viaje en estos medios de transporte mejora constantemente y por esto es muy fácil viajar por el país. Desde luego, teniendo en cuenta que soy jubilado todo me sale más barato en comparación con la vida en Irlanda. El dinero que cobro me permite vivir más desahogadamente en Bulgaria que en Irlanda”.
Igual que la mayoría de los extranjeros, Raymond se topó con la barrera lingüística. Reconoce que el búlgaro es bastante difícil y no ha logrado aprenderlo pero a su alrededor hay muchos búlgaros que dominan el inglés. Además, comunica con otros extranjeros que poseen bienes inmuebles e igual que él gozan de la hospitalidad rodopiana, el clima suave y la naturaleza limpia. “Los búlgaros y los irlandeses nos parecemos mucho”, dice categórico Raymond Wilkinson.
“A los irlandeses nos agrada mucho beber. No importa si se trata de whiskey, cerveza, aguardiente o vino, los búlgaros y los irlandeses somos bebedores experimentados. A los dos pueblos les gusta cantar. Los búlgaros ejecutan canciones folclóricas y música moderna. Los irlandeses también adoramos cantar. En estos momentos en Chepelare residimos tres vecinos de Monaghan. Cuando nos reunimos con los habitantes búlgaros de la villa pasamos ratos muy divertidos porque nos organizamos sesiones musicales”.
Durante los meses del verano en el centro de la pequeña villa rodopiana los búlgaros y los extranjeros organizan espectáculos conjuntos. Hay un intercambio cultural intenso que propicia la atmósfera cosmopolita de la ciudad. Raymond dice con orgullo que ya tienen un amplio repertorio de canciones y bailes de los pueblos. A juicio de Raymond, nuestros dos pueblos de gran temperamento comparten otro rasgo común:
“No queremos irnos a la cama. Nos quedamos hasta muy entrada la noche, bebemos, cantamos y organizamos fiestas. Hay una palabra irlandesa que se usa como sinónimo de fiesta y es craic. No, no se trata de algo ilícito ni de drogas (droga se escribe crack). Craic es una fiesta en que toca la música, la gente se divierte y goza de la compañía de los demás, mantiene agradables conversaciones con una copa en la mano. Aquí, en Chepelare hay mucho craic”, dice Raymond Wilkinson y termina diciendo que en la pequeña villa rodopiana ha encontrado su felicidad.
Versión al español de Hristina Táseva
Fotos: Raymond Wilkinson
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