Hace 90 años, los terroristas confinados al islote de Santa Anastasia ni imaginarse podían que un día se convertirían en personalidades de romántica aureola y su prisión, en un hit turístico. Sin embargo, la historia suele gastarnos bromas. Por esto, es bueno que la miremos desde la distancia, ajenos a toda idea preconcebida. Esa fue la manera de que procedieron los dueños de aquel trozo de tierra en medio de las olas de la bahía de Burgas. A partir de fragmentos del destino de los participantes en un atentado confinados en isla, leyendas sobre ataques piratas y tesoros escondidos e historias de santos de habilidades milagrosas, los administradores del islote lograron montar una atracción turística sin parangón, saturada de misticismo, con el único fin de invitarnos a volver atrás en el tiempo y… soñar.
Al acercarte al islote a bordo del navío Kuk, cual un solitario centinela azotado por los vientos marinos, te acoge la silueta de un faro centenario, construido en el lugar de otro, más antiguo que existió allí. Durante largos años los faroleros fueron los únicos habitantes de aquel trozo de tierra rocosa, cuya superficie no supera las cuatro hectáreas. De su relato nos enteramos de que en invierno allí soplan vientos despiadados y al subir la marea el islote se cubre todo de espuma marina.
Ha habido episodios en que los faroleros han quedado semanas enteras sin provisiones, totalmente aislados de la tierra. El islote lleva el nombre de Santa Anastasía, mártir por la fe cristiana, protectora de los enfermos y de los injustamente condenados, llamada también la Curandera. Esta santa es protectora del monasterio local, en torno al cual hay muchas leyendas sobre tristes destinos y tesoros enterrados.
En determinado período en el islote existieron, uno al lado del otro, dos monasterios: uno masculino y otro femenino. No podemos sino hacer conjeturas sobre cómo convivieron los monjes y las monjas que se habían consagrado a Dios y al celibato.
Dicen que en el pasado el islote fue atacado en reiteradas ocasiones por piratas y malhechores, debido a que en sus cimientos se encontraba enterrado un tesoro de oro custodiado por el fantasma malintencionado de un malhechor.
Dice una leyenda que en uno de esos ataques, los monjes salieron a orillas del mar portando el icono de Santa Anastasía y lo levantaron contra el buque pirata que se acercaba. Entonces se desató una fortísima tempestad, que elevó el buque hacia el cielo y lo lanzó contra la orilla rocosa, haciéndolo trizas estrepitosamente. También hoy, con un poco de imaginación, uno puede vislumbrar los escombros petrificados de aquel navío mítico, convertidos en una atracción turística. No muy lejos está la Puerta del Sol, un presunto santuario tracio que recibe los primeros rayos del sol al amanecer.
Es inusual y llena de vicisitudes la historia del islote de Santa Anastasía. A comienzos del siglo XX fue convertido en una especie de Alcatraz búlgaro, adonde en 1925 fueron confinados los autores del acto terrorista más sangriento del mundo en aquella época, el atentado de la Iglesia Sveta Nedelia de Sofía que perpetró el Partido Comunista Búlgaro y en el que murieron 213 personas, incluidos varios niños, y resultaron heridas más de 500. El núcleo organizador del atentado fue identificado y los terroristas fueron desterrados a Santa Anastasía. Varios meses más tarde, 43 presos de los más audaces lograron escapar y con dos botes de remos llegar a la tierra y emigrar a la URSS.
Curiosamente, después de instaurado el totalitarismo, algunos de ellos volvieron a Bulgaria y se convirtieron en héroes del partido comunista. Probablemente por iniciativa suya, el islote fue llamado Bolchevique.
A propósito, a la hazaña de los comunistas desterrados está dedicada una pequeña exposición del museo local, que ofrece, además, reproducciones de un imaginario tesoro de piratas, de los iconos más interesantes de Santa Anastasía, del fondo del mar y otros atractivos multimedia.
Todo quien ponga pie en el islote es recibido por su joven administrador, Pavlin Dimitrov en persona, elegido entre 250 aspirantes entusiastas a este cargo. De su relato nos enteramos que uno puede alojarse en las habitaciones para huéspedes y probar especialidades culinarias a base de pescado fresco en el hotel y restaurante habilitados en el que fue antaño el edificio del monasterio.
“Pintores y artistas han pasado todo el verano aquí dedicándose a una vida bohemia y a ocupaciones artísticas”, refiere Pavlin Dimitrov. “En el siglo XX, cuando dejó de ser utilizada como prisión, durante muchos años, el islote fue un centro cultural. En 2011 aquí fue rodada la película “La isla”, de Kamen Kalev, protagonizada por Leticia Casta. La cinta muestra el aspecto del islote antes de su restauración con fondos europeos. Desde el 15 de mayo, cuando fue inaugurado oficialmente como atracción turística, ha sido visitado por más de 4 mil personas”.
Hay quienes afirman que, a semejanza de la montaña Strandzha, el islote de Santa Anastasía está cargado de energía positiva debido a los enormes yacimientos de mineral en el subsuelo. El aire está saturado de aromas a olivo, tomillo y melisa. Tomar una infusión de hierbas en la cafetería local, dar un paseo por la orilla cubierta de amapolas, conversar con el farolero que se sabe infinidad de historias y leyendas sobre el islote, encender una velita en la iglesia con frescos murales del siglo XVI son vivencias inolvidables y fragmentos de la magia llamada Santa Anastasía. ¡Anímate a disfrutarla!
Versión en español por Raina Petkova
Fotos> Veneta Nikolova
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