A Adelina Banakieva la llaman “mujer-causa”, y con razón. Es la persona que viene a ayudar de inmediato cuando hay un niño necesitado que no tiene zapatos para ir al colegio o que vive en un coche viejo en la calle. A pesar de que nuestra sociedad observa los problemas de los niños abandonados solamente como tarea de las instituciones, Adelina no lo hace. En incontables ocasiones se ha enfrentado a la indignación de los funcionarios, que se interesan por los niños solamente como números y el presupuesto que el Estado asigna para su cuidado. Adelina no puede soportar ni por un instante la corrupción en la esfera social, y no deja de buscar ayuda y decir la verdad sobre los llamados “niños de las instituciones”. Esta mujer, que lucha contra los modelos anquilosados y defectuosos del Estado, no cree que haya nada perturbador en pedir dinero cuando se trata de ayudar a un niño necesitado. Según afirma, las leyes del país, en general, no estimulan precisamente a empresas ni a particulares a implicarse en obras de caridad. Y ahí donde el Estado no actúa, tienen la palabra ciudadanos despiertos y sensibles a los problemas. Sobre ellos dice Adelina Banakieva:
Hace unos 7 años conoció por casualidad la miseria en la que vivía una familia con tres niños en Sofía. Entonces empezó a llamar a las puertas de las instituciones, y convirtió la causa social en una parte integral de su vida:
No fue premeditado, simplemente sucedió que un niño de 11 años se desmayó delante de mi en una parada de autobús, cuenta Adelina. Resultó que el niño tenía mucha hambre y se había desmayado a causa de la desnutrición, y el médico le diagnosticó hipoglucemia. Busqué alguna forma de encontrar a sus padres, porque el niño necesitaba ir al hospital y resultó que vivía con su hermano y su hermana, de 4 y 6 años, en un coche abandonado en un aparcamiento del barrio Gorublyane de Sofía. Un informe mostró que oficialmente los niños iban a la guardería y al colegio. Pero me llevé una decepción, porque no logré que el personal de la escuela local mandara un informe a los servicios sociales para poder garantizarles mejores condiciones de vida. Resultó ser un problema grave, ya que las escuelas en las poblaciones pequeñas tienen un problema con el número de niños y no pueden renunciar a ni uno solo de los niños registrados ahí. Así, para ellos es más importante el número que el niño en sí y su supervivencia. El argumento del director de la escuela fue que si se reduce el número de niños se puede llegar al cierre de la escuela. Le expliqué que los niños vivían en la calle, que la madre padecía una enfermedad mental, el padre era alcohólico y no les esperaba nada bueno. Entonces avisé a los servicios sociales y pedí ayuda a todos mis amigos y a personas comprensivas. Fue muy difícil convencer a los servicios sociales de que los niños necesitaban un refugio, y aún más complicado meter a los niños en “SOS Aldeas Infantiles”, que entonces se financiaba desde su central en Austria. Y no se trataba de un niño, sino de tres. Entonces empecé mi lucha para ayudar a niños de familias problemáticas abandonados por las instituciones.
Lamentablemente, las cosas no han mejorado, explica Adelina, y se pregunta por qué un caso único de retirada de la patria potestad a una familia búlgara en Noruega ha generado tanto debate en Bulgaria, mientras que problemas más graves pasan desapercibidos.
Tras la llamada “desinstitucionalización” de los niños abandonados a los que inicialmente acogimos, resultó ser poco adecuada para nosotros aquí y ahora. No estamos preparados para el cambio, ni la sociedad ni la Agencia Estatal de Protección de Menores. Tras ser cerradas las instituciones, los niños fueron enviados a regiones económicamente pobres. Los niños de lugar precioso, con buena infraestructura como la de “SOS Aldeas Infantiles” del pueblo de Dren también fueron trasladados. Además, les mandaron junto a sus madres de acogida a los bloques de viviendas prefabricadas del barrio de Izgrev. Y con eso se conformó el personal de “SOS Bulgaria”, algo con lo que yo sigo sin estar de acuerdo. Me sigo preguntando por qué es necesario trasladar a los niños a esos bloques de viviendas prefabricadas, si se han creado para ellos buenas concisiones e infraestructura especial. Ahora el pueblo está vacío, y los niños de Pernik se enfrentan a grandes dificultades. Yo hago lo que puedo: recojo ropa para donar, pero esto no es suficiente. En Bulgaria necesitamos gente con conciencia cívica que controle las instituciones.
Versión en español por Marta Ros
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