Uno de los elementos más bellos del traje tradicional de la mujer búlgara son, sin duda, las hebillas para la cintura pafti. Exquisitas, elaboradas con habilidad de varios metales, adornadas con figuras y trenzados insólitos, estas piezas son consideradas un símbolo de la feminidad. Sin embargo, en un principio, eran un atributo de la indumentaria masculina.
En el Medioevo búlgaro, las hebillas eran un indicio del estatus social de su propietario −explica Grozdelina Gueorguíeva del Museo Etnográfico Regional de Plovdiv− . Las lucían los jefes militares, y por el tipo y el decorado de aquéllas se podía deducir su rango. Después de la caída de Bulgaria bajo el dominio otomano (siglo XIV), el Estado búlgaro y, respectivamente, su Ejército dejaron de existir. Así, las hebillas poco a poco pasaron a formar parte del atuendo femenino, convirtiéndose en guardianes de la zona más importante de su cuerpo: el regazo, que alberga los órganos procreativos.
Las pafti eran emblema de posición social y mostraban la transición de la moza al grupo social de las mujeres casadas. Se las obsequiaba la familia del novio el día del compromiso. A diferencia de las alhajas para el pecho y la cabeza, las pulseras y los anillos, que también componían los regalos para la futura novia, las pafti eran un elemento imprescindible que ella llevaba en la cintura después de la boda, como una muestra de su nueva condición de desposada.
Como todas las preseas, las pafti también tenían un significado mágico para la mujer búlgara. No es casualidad que sean de metal, y los maestros orfebres preferían trabajar con plata, por ser blanca y por repeler el mal de ojo como un espejo.
Las pafti son de forma variada: ovaladas, rectangulares y en forma de hoja. A diferencia del traje nacional, no tienen una marcada diferenciación regional.
Además de función protectora, las hebillas para la cintura tenían función decorativa, ya que las féminas siempre guardan un granito de vanidad; quieren que se les note y aprecie y que descuellen entre las demás, señala Grozdelina Gueorguíeva.
Son de pasmosa variedad los modelos y temas representados en las pafti.
Viviendo en los confines del Imperio Otomano, los búlgaros adoptaron ciertos elementos del vestuario y la decoración –apunta Grozdelina Gueorguíeva– . A esto se debe la presencia en la decoración de las pafti de la ornamentación vegetal autorizada por la iconografía otomana (flores, hojas, racimos de uvas, frutas, trenzados), así como de motivos zoomorfos (pavos reales, palomas, serpientes) y geométricos, típicos para la iconografía búlgara. Además, en la segunda mitad del siglo XVIII, desde los mercados orientales se infiltraron en el país elementos del estilo barroco.
De sus peregrinajes a Tierra Santa, los romeros introdujeron las placas de nácar con imágenes de santos y festividades cristianas adornando las hebillas. Éstas a menudo se ofrendaban a los sacerdotes, que usaban hebillas debajo de la sotana. “Es por eso que los grandes monasterios búlgaros, como el de Rila y el de Báchkovo, presumen de copiosas colecciones de pafti”, comenta Grozdelina Gueorguíeva.
A medida que la moda urbana fue abriéndose paso, incluso antes de la Liberación de Bulgaria del dominio otomano (1878), en las grandes ciudades, encrucijadas de diferentes culturas, las pafti fueron siendo relegadas porque la vestimenta femenina urbana requería otros accesorios. Las pretinas ya eran muy finas, hechas de plata y oro, y la hebilla tenía la forma de una cinta o de espiral. En algunas zonas del país todavía se usaban las pafti, pero éstas también iban cambiando, volviéndose más pequeñas, y adoptaban la forma de hermosas hebillas de nácar con incrustaciones.
¿Qué otros secretos encierran las pafti?
Tal vez el mayor secreto sea la fe de que este adorno protege −dice Grozdelina Gueorguíeva− . En épocas remotas la gente creía que el cuerpo humano está dividido en dos partes: una superior y una inferior, siendo la más vulnerable la de en medio donde se coloca la faja, el cinturón. Las mujeres tenían que cuidar de sus alhajas, porque, según las creencias, si caían en manos malévolas, podían ser usadas para hacer los peores hechizos. Quizás deberíamos mantener esta fe de que las alhajas son algo indisolublemente ligado a los humanos, que tienen el poder de protegerlos de todo mal.
Versión en español de Daniela Radíchkova
Fotos: Archivo personal, Museo de Historia de Plovdiv, ani Petrova y archivo
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