“Perdónalos, Dios mío, porque no saben lo que hacen”. Con esta frase Jesucristo concedía el perdón a sus torturadores redimiendo, en su crucifixión, a la humanidad de sus pecados. En vez de proferir una maldición, rezó una sincera oración de perdón y dio el ejemplo de su amor incondicional por los humanos al abrirles el camino a la Salvación.
Hace apenas un año nuestra vida seguía su marcha normal, zigzagueando entre las preocupaciones diarias en el día a día y el afán de disfrutar las alegrías humanas. La crisis originada por la pandemia ha trastocado violentamente nuestras propensiones para movernos a reconsiderar los valores genuinos en la vida. ¿Cómo ha sido el recuento? ¿Se ha podido encontrar la enseñanza?
“La vida del ser humano, desde el día de su nacimiento y hasta el de su muerte es una adversidad -dice el padre Vasilii, del templo de la Transfiguración del Señor de Sofía. El que ahora se haya desatado una histeria global no significa que algo singular y diferente le pase a cada humano a diario. Todo ser humano cruza por cierta especie de catarsis en su vida, ya sea en lo familiar, personal, financiero, político o profesional. Estamos luchando continuamente por sobrevivir, por auto-conservarnos, por llenar de sentido nuestras vidas. Cuando ocurre una conmoción tan masiva, la sentimos como excesiva ya que tenemos que aguantar problemas lo suficientemente numerosos en nuestra vida cotidiana”.
Según el padre Vasilii, el problema radica en la sobreexposición del tema y si uno se libra del fardo de la psicosis verá que las cosas no tienen cariz tan trágico. Es importante saber que todo ocurre en conformidad con el designio divino. ”Como dice Jesucristo, ni un solo pelo cae de nuestras cabezas sin la voluntad de Dios”, recuerda el sacerdote y agrega; ”Soy de la opinión de que la moraleja es para los ateos, resalta el padre Vasilii, y añade: "La salvación del alma no estriba en un modo de vida letárgico. Se consigue con mucho trabajo y sufrimiento, con gran dolor, en una lucha con nosotros mismos y con nuestros demonios, pecados y pruebas, y también con el mundo que nos rodea. Quienes han de sentar la cabeza y entrar en razón son las personas indecisas y ateas, y ellas deben ver los milagros y entenderlos. Es en un tal momento de catarsis cuando se define con mucha precisión lo que uno realmente es y el ser humano nuestra su verdadero rostro. En el estado ordinario se ve que la hipocresía campa a sus anchas, está por doquier. En ese momento podemos ver quién es un auténtico creyente y quién no lo es. La propia crucifixión de Cristo es ese día de silencio en el cual la humanidad entera llega a tomar conciencia de lo que había significado el advenimiento de Dios en la Tierra, su vida entre los humanos, la redención de nuestros pecados por la sangre que vertió en la Cruz y su muerte, inocente, por nosotros. Hay que ser conscientes de la grandeza de Su humildad y resignación , y no pensar que se tratara del enésimo cuento. Hay que creer que, de veras, Dios bajó a la Tierra y sacrificó su vida por nosotros. El Creador, el Todopoderoso, se transformó en uno más de nosotros para romper el sello del pecado original e insuflarnos la esperanza de vida eterna, abriéndonos los Cielos a nosotros. Depende de nosotros, eso sí, si entraremos por las puertas del Paraíso o del Infierno”.
Versión en español por Mijail Mijailov
Fotos: BGNES
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