En 2014 comenzó la historia de la escuela dominical búlgara "Zora" en la ciudad de Richmond, capital del estado norteamericano de Virginia. Y si hace diez años sólo había 14 alumnos, hoy son tres veces más. Para llevar a sus hijos a una escuela búlgara, los padres invierten tanto tiempo como dinero, y puesto que las clases se imparten sólo en los fines de semana, a todos les toca dejar de lado su tiempo de descanso. Pero la causa merece la pena: aunque estén lejos de la patria de sus padres, los niños sabrán de dónde son, conservarán la lengua y las tradiciones búlgaras, y difundirán el conocimiento de Bulgaria entre sus coetáneos estadounidenses.
Sofia e Irina Kushlevi, madre e hija, son las fundadoras de la escuela dominical búlgara "Zora", y han dedicado su vida a esta causa. Hablamos con ellas en Lisboa, durante un gran foro educativo organizado para que los profesores de las escuelas dominicales en el extranjero descubran nuevos e innovadores modelos de enseñanza.
“Nuestra escuela se fundó en 2014. Mi madre, Sofía, es la directora”, nos cuenta Irina Kushleva. “Empezamos con 14 niños y ahora tenemos a más de 45 niños de diferentes grupos de edad en las aulas, incluidos niños de 3 años que están en la guardería. Todos ellos están dando sus primeros pasos en la historia, la cultura y las tradiciones búlgaras".
Sofia Kushleva añade que es muy importante que los padres de estos niños están las apoyan y ayudan. Gracias a eso, ahora hay una comunidad búlgara estable en Richmond que está en contacto. Los niños en la escuela "Zora", además de comunicarse con otros búlgaros, conocen las tradiciones, la historia y la cultura del pueblo búlgaro, y forman allí sus propios hábitos.
Por supuesto, todo esto no sería real si no hubiera también problemas. Como en todas partes del mundo, también en el estado de Virginia hay retos para las escuelas búlgaras.
“En estos momentos, el mayor problema son los locales donde se ubican las escuelas o, más bien, su coste”, explica Irina Kushleva. “En nuestro caso son los sábados y domingos, porque las distancias en Estados Unidos son grandes y no podemos dar clases entre semana. Y eso se expresa en que acabamos sin días libres. De lunes a viernes estamos en nuestro trabajo principal, y los fines de semana estamos todo el día en la escuela".
Pero, a pesar de todo, tanto Irina como su madre encuentran tiempo para mejorar sus habilidades docentes participando en cursos de formación organizados y seminarios prácticos, como los organizados en los últimos años por la Asociación de Escuelas Búlgaras en el Extranjero o el Ministerio de Educación y Ciencia.
"Además, yo cuento mucho con los propios niños. Ellos me muestran la manera correcta de enseñar. Por ejemplo, yo les presento un tema en el que nos centraremos la semana que viene. Y les pregunto si deberíamos hacer un juego, leer algo en Internet o poner una película educativa. Muchos compañeros me dicen que a sus alumnos les gustan las películas de Internet. Para los míos, sin embargo, no es interesante poner una película durante 5-6 minutos y luego debatir. Para ellos es más interesante sentarse y dibujar algo, colorearlo… En clase de historia, por ejemplo, solemos hacer comparaciones con la historia de Estados Unidos. Así los niños entienden más fácilmente que Bulgaria es un país con una larga historia, y una rica cultura y tradiciones. Es decir, que ellos también tienen algo de lo que sentirse orgullosos".
Irina Kushleva es contable de profesión y trabaja en una empresa que fabrica frigoríficos para grandes superficies. También se dedica a la programación con un software informático, principalmente en el campo de la contabilidad. Está casada y tiene un hijo, Nikola.
"Mi marido es búlgaro, en casa sólo hablamos en búlgaro e intentamos educar a nuestro hijo en las tradiciones de Bulgaria. Celebramos todas las fiestas búlgaras. Hacemos panes tradicionales en Navidad, pintamos huevos de Pascua. Claro que, tampoco podemos prescindir de las tradiciones estadounidenses, pero no dejamos de comparar cómo es en Bulgaria, qué diferencias hay y por qué, cuál es la tradición allí, y qué hacemos en Estados Unidos. Porque mi hijo ve lo que hacen los otros niños en el colegio, entiende que es diferente a ellos y yo, por supuesto, no quiero que él se sienta diferente. Sino que tenga la oportunidad de ver culturas diferentes, experimentar diferentes emociones, ver diferentes tradiciones... Vamos a Bulgaria todos los años. De hecho, a mi hijo le gusta mucho la ciudad de Plovdiv y siempre está deseando terminar el año escolar e ir a Plovdiv a correr y jugar con los niños, ir a los columpios, montar en bici....".
Y ¿ha pensado Irina en regresar algún día a su tierra natal?, le preguntamos al final de nuestra conversación:
“A veces lo he pensado, aunque es muy difícil cuando llevas tantos años viviendo con un nivel de vida tan diferente. Estamos acostumbrados a tener siempre prisa por llegar a algún sitio, siempre tenemos un plan estricto que seguir y a veces, por ejemplo, ir a una cafetería y quedarnos allí sentados dos horas nos resulta atípico. Pero seguramente no sea difícil acostumbrarse. Además, veo algunos progresos en Bulgaria. Antes, cuando íbamos a una institución estatal, lo primero que hacían allí era regañarte 'que por qué habías ido', y luego ya te preguntaban qué necesitabas. Ahora veo que las cosas están mucho mejor reguladas: se utiliza un sistema de tickets, la gente no se amontona… es decir, que vamos por buen camino. Así que, ¡tengamos fe! Sobre todo en nuestros hijos. Ellos son nuestro futuro”.
Autor: Krasimir Martinov
Versión en español: Alena Markova
Fotos: Facebook/Centro Zora, Krasimir Martinov, archivo personal
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