“El ladrón de melocotones”, “Leyenda sobre Sibín, Príncipe de Preslav”, “Anticristo”, “La Reina de Tárnovo...” Desde hace décadas, los personajes y las historias de estas novelas de Emilián Stánev hechizan a sus lectores, trasladándolos mediante la imaginación y la máquina del tiempo a otros mundos.
“¿La verdad? Guárdenla para sí mismos si la conocen, a mí déjenme la ilusión”, decía el escritor al final de su trayectoria literaria, levantando el telón de su proceso creativo. De las condiciones en que se formó como artista, Emilián Stánev dice: “Fue en las peores condiciones y sin factores literarios y educativos. En la pequeña villa donde pasé mis años de adolescente, mis esfuerzos literarios eran vistos con burla. Aunque parezca inconcebible, creo que precisamente estas condiciones resultaron muy positivas; fueron una prueba para mi don de escribir, ya que para manifestarse, es necesario que exista resistencia. Mis primeros intentos literarios se remontan a los principios de la adolescencia. Cuando llegué a Sofía, en 1932, me traje conmigo un par de cuentos breves que se publicaron de inmediato. Así que, por arrogante que suene, me he creado como escritor yo solo, sin ningún tipo de ayuda que no sea la de la lectura de escritores nacionales, rusos, franceses y otros”.
Emilián Stánev, uno de los escritores búlgaros más modernos de la segunda mitad del siglo XX, es reconocido a nivel mundial sobre la base de lo nacional, de lo específicamente búlgaro en su obra. El autor creó sus novelas no como descriptor de la historia búlgara sino como filósofo, buscando respuestas a preguntas como, por ejemplo, ¿por qué estos procesos se desarrollaron de esta manera? o, ¿por qué tuvo que suceder así?
“Bulgaria es un país de los vientos del norte y el oeste, que se llevan todo lo genuino de ella”, razona Emilián Stánev. Sobre Dios y lo sagrado explicaba: “¡Cuán simple es la idea de Dios! Obviamente ha surgido de la necesidad del hombre de imaginar el mundo unido, simplificado por el poder y la voluntad de una fuerza superior”.
Emilián Stánev nació en Veliko Tárnovo en 1907. Pasó su infancia en esta antigua ciudad cuyas calles adoquinadas guardan numerosas leyendas. En su adolescencia se trasladó, junto con su familia, a la pequeña villa de Elena. Desde pequeño su padre solía llevarlo de caza, haciéndole conocer la naturaleza. Más tarde esto quedó reflejado en sus obras y se convirtió en su pasatiempo favorito. Después del bachillerato, estudió cierto tiempo pintura. En los años treinta se matriculó a estudiar Finanzas y Comercio en la Universidad de Sofía y comenzó a publicar sus primeras obras.
En 1971 fue galardonado con el Premio “Iván Vázov” por su novela “Anticristo”, en 1975 le concedieron el Premio “Yordán Yóvkov” por toda su obra. A pesar de estos reconocimientos y de mantener una conducta adecuada a los patrones aceptables para la época totalitaria, el escritor no encajaba en el estereotipo de “intelectual oficial”. Él definía la misión del artista de la siguiente manera: “Creo que la misión del escritor siempre ha sido la misma: despertar lo divino en el ser humano, no lo animalesco, inspirar en él sentido y fe, llenarle el alma de amor, abrirla para la belleza, desarrollar en él el humanismo y el espíritu combativo, la fe en el futuro, y goce de la vida. Un buen libro inspira alegría, sensación de felicidad, porque el arte da otra información sobre el mundo, adquirida a través del ojo soleado del artista del que habla Goethe. Es también la misión del escritor en la sociedad socialista. Sin la fe, sin el humanismo, sin la belleza, sin el espíritu combativo luminoso, el desarrollo del ser humano y del futuro son impensables”.
El amor del escritor por Bulgaria, el odio a la mediocridad, la libertad de expresar estas verdades no le convierten en favorito del poder. Si bien el jefe de Estado y secretario general del Partido Comunista Búlgaro, Tódor Zhívkov, le invitaba en varias ocasiones ir de caza con él, y le había recomendado como diputado a la Asamblea Nacional, sus relaciones se mantuvieron frías. Finalmente cesaron cuando Emilián Stánev preguntó al mandatario: “¿Por qué no distribuyen la tierra entre la gente, como fue en el pasado? Así todo se arreglará”.
El escritor Yordán Radíchkov, emblemático exponente de la literatura búlgara moderna, dijo en una entrevista, recordando a su amigo Emilián Stánev, que éste repetía a menudo que: “Cuando el hombre acumula recuerdos, acumula vida. Es mejor acumular recuerdos en lugar de dinero”.
Emilián Stánev terminó su camino terrenal en 1979.
Versión en español por Daniela Radíchkova
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