“Era el pianista más bello de su tiempo; elegante, orgulloso e inalcanzable, como si hubiera nacido en frac en 1929 en Sofía”. Así el diario berlinés Die Welt describía a Alexis Weissenberg.
El excepcional pianista, nacido en la capital de Bulgaria en el seno de una familia cosmopolita, recibió una formación excelente; estudiaba en una escuela italiana, hablaba con sus padres en francés, y con sus compañeros de escuela, en búlgaro. Su madre y los hermanos de ésta se graduaron por el Conservatorio de Viena. Alexis empezó a tomar clases de piano con apenas 4 años de edad y muy pronto se hizo cargo de él Pancho Vladiguérov, una de las personalidades más influyentes en el ámbito de la música en Bulgaria en el siglo XX. El gran compositor, pianista y pedagogo decía de su alumno:
“Yo no creía en niños prodigio pero cuando me lo trajeron y se sentó ante el piano me di cuenta de que su talento es excepcional. Me llamó la atención su oído absoluto; percibía con toda su alma música de cualquier estilo. Tocaba maravillosamente los conciertos de Mozart en la mayor, en do menor y re menor, sonatas de Beethoven, obras de Bach, Schumann, Chopin y Liszt”.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el judio búlgaro Weissenberg consiguió escapar con su madre de manera dramática de un campo de concentración en Bulgaria. Les ayudó un oficial alemán enamorado de la obra del compositor austriaco Schubert. Vía Estambul los fugitivos llegaron a Tel Aviv donde Weissenberg continuó con las clases de música. A los 14 años tocó el Tercer Concierto de Beethoven en la Radio de Jerusalén. A ello siguió su primera gira en Sudáfrica, donde ofreció 15 conciertos con cuatro programas diferentes. Ya en aquel entonces alrededor de su personalidad se crea la leyenda del virtuoso desalmado que vendió su alma al diablo para poder dominar el baile de las teclas del piano.
En 1946 Alexis Weissenberg viajó con una beca a Nueva York donde terminó la Juilliard School. En 1947 fue laureado del Concurso Internacional Leventritt y dio sus primeros conciertos en el Carnegie Hall. Así comenzó la brillante carrera internacional de uno de los pianistas más notables del siglo XX cuya actividad concertística rodea como una red Europa, EE.UU., América del Sur y África. Las grandes salas de París, Viena, Madrid y Milán fueron simplemente los escalones que le llevaron hacia arriba, al éxito.
En 1967 Herbert von Karajan invitó a Alexis Weissenberg a tocar el Primer concierto para piano de Chaykovski. El concierto fue filmado, con Weissenberg como solista. El trabajo con Karajan le trajo popularidad excepcional y Weissenberg recibió invitaciones a actuar como artista invitado de directores de orquesta de la talla de Lorin Maazel, Claudio Abbado y Leonard Bernstein, entre otros. Impresionados, los críticos le llamaban “un príncipe que emana música”.
El productor musical y representante artístico francés Michel Glotz dedica en su autobiografía especial atención a Alexis Weissenberg: “No puedo pasar por alto la enorme cultura de Alexis en el ámbito de la literatura, la arquitectura, la filosofía, el teatro. Él explora la vida como un niño prodigio, atento y asombrado del mundo. En el plano musical no conoce fronteras”.
Durante toda su vida Weissenberg descubría y ayudaba a muchas estrellas mundiales, como el chelista franco-estadounidense Yo-Yo Ma, el director de orquesta galo Jean-Bernard Pommier, por mencionar algunos.
El virtuoso regresó a Bulgaria por primera vez en 1972 con la ayuda de su maestro Pancho Vladiguérov. El deseo del virtuoso del piano de organizar un concurso que llevara el nombre del ilustre compositor búlgaro, en el que invertiría recursos personales, no encontró entendimiento.
Tras el concierto extraordinario de Weissenberg en Bulgaria, el pianista Konstantín Gánev dice: “Es difícil describir con palabras el poder mágico de un artista de similar amplio espectro de impacto. Este poder se encuentra escondido en muchas premisas: desde su apariencia y comportamiento en el escenario hasta lo profundo de su espiritualidad, intelecto y actitud hacia el mundo. Cuando toca, ni el más pequeño músculo de su rostro tiembla, inclusive en los momentos de tensión mental y física suprema. Todo es sonido; este sonido de piano, perfectamente claro, de relieve, tallado como con un cincel capaz de transformarse infinitamente”.
“Es algo interno, primario, que no depende de mí, es puramente psicológico. Sigo siendo búlgaro de alma, de espíritu y de imaginación, y tal vez siga siéndolo hasta el final”, decía el mundialmente famoso artista búlgaro cuyos vinilos y discos compactos han sido publicados en tiradas millonarias en todos los continentes.
A pesar de su carrera cosmopolita, la relación de Alexis Weissenberg con la patria fue duradera. El pianista confesaba que siempre quiso volver en el ocaso de su vida a Bulgaria y establecerse aquí pero, lamentablemente, falleció en Suiza el 8 de enero de 2012.
Versión en español por Daniela Radíchkova
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