Las costumbres y creencias que tenemos los búlgaros, al igual que las de otros pueblos, se proponen augurar y asegurar que el Año Nuevo sea feliz, abundante y rico. Esto es lo primordial. Creemos que tal como vamos a recibirlo tal será todo el año que empieza. Por esto debemos organizar una fiesta muy alegre y muy rica para que sea alegre y rico el año entrante. Tenemos que recibirlo con amigos para tenerlos a nuestro lado durante todos los 365 días siguientes. En la mesa festiva debe haber muchos manjares para que tengamos un Año Nuevo de abundancia y no de escasez y estrechez. A diferencia de Nochebuena cuando no se debe comer carne ni ninguna grasa animal y se debe beber con mesura, para la mesa de Año Nuevo esta regla no es válida y en la mesa de Nochevieja debe campear el puerco asado acompañado de mucho vino tinto. Además del puerco, en la mesa debe haber una hogaza de pan y sal ya que éstos son símbolos de hospitalidad y de buenos augurios.
Sin entrar en más detalles acerca de la celebración del año nuevo en la actualidad, les contaremos a continuación cómo se celebraba hace más de un siglo el Año Nuevo en la Bulgaria recién liberada de dominación otomana.
Desde la liberación de 1878 hasta la llegada de quien sería el primer rey de la Bulgaria libre, Fernando de Sajonia-Coburgo, en 1887, en este país, pobre y alejado de la Europa desarrollada, el Año Nuevo era acogido con mucha modestia. Era así porque todo el mundo celebraba sobre todo la gran fiesta cristiana que era la Navidad.
Fernando, de muy alta alcurnia aristocrática centroeuropea, quiso introducir inmediatamente los modales y las prácticas europeas de celebración de todas las fiestas posibles. Por esto en vísperas del nuevo año 1888, hizo venir de Viena especialistas en reglas de urbanidad. Éstos debían enseñarles el protocolo europeo a los cortesanos búlgaros, muchos de los cuales eran de extracción social campesina y que el monarca había invitado al primer baile festivo de Año Nuevo que iba a tener lugar en su remozado y embellecido palacio.
Pocos años después el protocolo y la etiqueta ya eran observados estrictamente por la flor y nata de la sociedad búlgara invitada al baile del 2 de enero.
Al lado del monarca lucían sus fracs los miembros del gobierno al frente con el primer ministro, Danev. Las damas, acudieron a la fiesta en vestidos encargados especialmente para el caso en París o Viena. Era especial también el menú. Escogido larga y cuidadosamente por el reconocido gourmet Fernando, se componía de consomé primaveral, empanadas de fois gras, filete de ternera a la Godar, pavo con castañas, codornices asadas y el exótico solomillo de camello a la barbacoa, vinos de categoría extra, primando los franceses y en especial el Chateau Lafitte cosecha 1878.
En 1918, después de haber llevado a Bulgaria a una catástrofe nacional con su política bélica, Fernando abdicó en su hijo Boris. Bulgaria había participado en la Primera Guerra Mundial en el bando de Alemania y había salido del conflicto bélico perdedora, humillada y arruinada.
Sin embargo, el nuevo rey siguió observando la tradición de su padre de un poco más de 30 años después de aquellos memorables primeros bailes. Boris acogía a los selectos invitados en un ambiente un tanto opacado por la crisis financiera y económica de aquel entonces.
La moda de la época eran las campañas benéficas y el joven zar y su esposa, Juana, princesa italiana, se habían volcado de lleno en actividades de este tipo por lo cual a la oficina de la casa real llegaban cientos de peticiones, felicitaciones e invitaciones.
Los ferroviarios, por ejemplo, invitaban al rey al baile que organizaban para el año nuevo 1932 expresando su fervoroso deseo de ver en este baile, citamos: “a nuestros queridos primer maquinista Su Majestad el zar y a su fiel fogonera la zarina”. Es que a Boris le gustaba mucho conducir locomotoras. Era como el hobby de algunos monarcas de hoy de conducir Ferraris o yates de superlujo.
La unión de Meseros, Cocineros y Alhondigueros envió al zar una lista con 147 nombres de cocineros y camareros en paro y le suplicó que les ayudara. Boris los ayudó con una sólida suma en metálico.
Los estudiantes universitarios se quejaban al zar de que iban a recibir el nuevo año con muy cortos recursos y sin posibilidades de elevar su nivel cultural. Pocas semanas después, el soberano decidió construir la Casa de Cultura Estudiantil, en pleno centro de Sofía, y a pocos metros del Palacio real. El 1 de enero de 1932 el rey Boris pronunciaba el primer saludo de año nuevo a sus súbitos transmitido por un monarca por la radio.
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