Entramos en la Semana Santa, la culminación de la Cuaresma, cuando los cristianos recuerdan la pasión del Salvador. Es una semana de razonamiento sobre la vida y la muerte, cuando todos los fieles recapacitan los valores y tratan de acercarse a lo espiritual.
Este año la Semana Santa está marcada por uno de los más graves retos que afronta la humanidad después de la Segunda Guerra Mundial. En estos días cuando las oraciones en los templos son más intensas, los cristianos han sido llamados a quedarse en casa para no aportar involuntariamente a la propagación de la infección por coronavirus.
Creo que cada uno de nosotros se somete a este llamamiento porque esto es un tipo de sacrificio −señala Teodora Dímova, una de las escritoras búlgaras más leídas, en entrevista con Radio Bulgaria− . Esto es bueno porque así salvamos la vida de alguien. Salvamos las vidas de los sacerdotes y de nuestros familiares al no convertirnos en difusores de la infección.
Para los cristianos ortodoxos que esperan la Resurrección de Jesucristo y la Santa Eucaristía para vivir eternamente con Jesús, la mayor prueba es verse privados de presenciar en el templo las oraciones y el sacramento de la comunión.
Estamos en un periodo en que debemos tener en cuenta las precauciones y el hecho de que rezaremos desde casa no significa que nuestras oraciones sean menos fervorosas −comenta la escritora− . A mi juicio, estos ayunos forzosos, a los que nos vimos obligados tanto los fieles como los ateístas, llevan una expectativa espiritual porque logramos recapacitar muchas cosas. Nos acostumbramos a una nueva jornada y nos dimos cuenta de que podemos vivir con muy poco. Hemos entendido en qué sociedad consumidora hemos vivido y en qué medida lo innecesario y lo superfluo atiborraban nuestras vidas. Hemos vuelto la mirada hacia las cosas habituales y pequeñas, hemos prestado atención uno al otro. Hemos valorado la felicidad de poder reunirse con los hijos, invitar a los amigos a casa, tener contactos sociales. Parece que hubiéramos menospreciado todo esto.
A juicio de Teodora Dímova, en estos días de pruebas espirituales vemos qué es lo que necesitamos de veras. Resulta que podemos hacer muchas cosas desde casa, y la comida, si bien poco variada, no significa que sea menos sabrosa. Para las personas que están acostumbradas a ayunar y vivir de un modo más ascético esta prueba es mucho más fácil en este periodo.
Vivimos con la imagen de la cruz que simboliza tanto la muerte como la Resurrección. Los días de ayudar son necesarios para que uno pueda concentrarse, ordenar sus pensamientos, oírse a sí mismo y comenzar a vivir con las privaciones. Por esto la prueba para los creyentes es más soportable. Están presentes la preocupación por los parientes, el miedo de que podemos contagiarnos, los recelos económicos de qué sucederá después y cómo sobreviviremos. Está claro que habrá turbulencias económicas pero éstas siempre son menores que las espirituales.
Las turbulencias espirituales para un escritor son un entorno natural en que crea sus obras, opina la escritora. Pese a que a primera vista los escritores no tengan fuerte lazo con la realidad porque viven aislados, contamos con su valoración para articular la realidad, los pensamientos y los sentimientos de las personas. Con frecuencia prevén el futuro. ¿Tomaremos una lección de la prueba actual?
Las preocupaciones y el miedo pasarán, tarde o temprano venceremos al virus −opina Teodora Dímova− . Esto no sucede por primera vez. La vida continúa, pero si seguimos siendo los mismos, hubiera sido en vano esta gracia divina que se nos da ahora para aprender nuestras lecciones. Aprovechemos cada motivo, cada gesto, cada palabra para robustecer nuestra fe y oraciones, para alcanzar la alegría pascual el día de la Resurrección. Llevémosla en el corazón y obsequiémosla a los demás. Hagamos sus vidas más alegres, más llevaderas, traigamos el consuelo que recibiremos. ¡Este es mi mensaje!
Versión en español de Hristina Táseva
Fotos: BGNES
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