A raíz de la epidemia de Covid–19, una vacuna con aporte búlgaro atrajo la atención de los científicos del mundo entero. ¿Puede realmente el sistema inmunitario de los vacunados contra tuberculosis responder a infecciones?, se preguntan ellos, esperando que los exámenes clínicos den la respuesta a la pregunta más importante: ¿podría ser utilizada la llamada vacuna BCG en la lucha contra el coronavirus?
Cuando a mediados del siglo pasado la doctora Srebra Rodopska desarrollaba la variante búlgara de la vacuna contra la tuberculosis, es poco probable que hubiera pensado que su descubrimiento que ayudó a erradicar la “peste blanca” en varios países, insuflaría esperanzas décadas después por sus “efectos al margen de los objetivos”.
Srebra Rodopska nació en Sofía en 1913. La desgracia que sobrevino a su hermano pequeño, que murió de parodititis (paperas), predeterminó su destino de microbióloga que se inspira en los mejores. La joven, ávida de conocimiento, se graduó en Medicina e inmediatamente comenzó a trabajar en el Instituto de Estudios Científicos sobre Epidemiología y Microbiología. En aquel entonces, la tuberculosis se había propagado en Bulgaria, y muchas personas perdieron la vida. De hecho, la vacuna BCG de Albert Calmette y Camille Guérinya era conocida en este país pero era tan costosa que sólo podían permitírsela los padres más adinerados y de buena formación. La doctora Srebra Rodopska decidió consagrar su vida al diseño de la prevención búlgara.
En 1948 la doctora Rodopska se fue a París con mi abuelo, el Prof. Tasho Tashev, quien fue especializarse en medicina interna −cuenta la nieta Srebrina Bóbeva en una entrevista con Radio Nacional de Bulgaria− . Estuvo casi un año en el Instituto Pasteur, donde estudió el proceso de creación de la vacuna francesa contra la tuberculosis. Posteriormente, la trajo a Bulgaria y comenzó a desarrollar su versión búlgara. En 1951, se llevaron a cabo las primeras inmunizaciones con la nueva vacuna, pero como el 1% de los recién nacidos sufrieron inflamación de los nódulos linfáticos,mi abuela decidió que la subcepa no era idónea. Buscando nuevas posibilidades, trajo otra, diseñada en Rusia, y la adaptó a las condiciones búlgaras. De este modo en Bulgaria se estableció el calendario inmunológico en masa.
Ya en 1951, la inmunización contra la tuberculosis se estableció como obligatoria para todos los recién nacidos y niños menores de 18 años y la morbilidad en todas las edades disminuyó drásticamente. Mientras tanto, las propiedades de la subcepa búlgara suscitaron gran interés en la primera conferencia técnica sobre la vacuna BCG, celebrada en 1956 en Ginebra. De los conocimientos científicos de la doctora Srebra Rodopska se aprovecharon varios países como Japón, Austria, la ex Unión Soviética, la ex Checoslovaquia y Hungría entre otros para perfeccionar sus métodos de producción y control. Una estudiante de doctorado de la especialista búlgara trasladó la vacuna búlgara a Vietnam.
Desde el 1991, el laboratorio búlgaro de producción de la vacuna BCG es uno de los tres en el mundo aprobado por la Organización Mundial de la Salud como proveedor para la UNICEF y la Organización Panamericana de la Salud. En la actualidad, la vacuna búlgara se usa en más de 180 países.
Mi abuela era una persona insólita. La recuerdo como una mujer muy ocupada, muy elegante y una lectora apasionada −prosigue su relato Srebrina Bóbeva− . Si he de destacar un recuerdo más vívido de ella, es que siempre estaba con un libro en la mano. No me refiero sólo a literatura científica, sino de ficción. Era muy curiosa y erudita, y una abuela que se desvelaba por sus cuatro nietos.
La doctora Srebra Rodopska vivió hasta los 93 años y no se separó de sus libros favoritos hasta su último aliento.
Reportaje basado en una entrevista realizada por Irina Nédeva para el programa Horizont de Radio Nacional de Bulgaria
Versión en español de Hristina Táseva
Foto: archivo
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