¿Es acaso normal mantener contacto con los docentes en línea o a través de una mampara de plexiglás, moverse por el pasillo de la escuela siguiendo un trayecto fijo señalizado con flechas, llevar mascarilla que dificulta la respiración e impide expresar emociones, atender hasta la saciedad instrucciones reiteradas de observar una distancia social, y, de estornudar, verse confinado en un aislador especial aguardando a que mamá o papá pasen a recogerte para llevarte a casa? Tal es la nueva realidad a la que se enfrentan los estudiantes en Bulgaria y en el mundo, y la que se ha convertido en la llamada nueva normalidad”.
¿Hasta qué punto pues "lo normal” es normal y qué repercusión tendrían en la frágil psique infantil las medidas preventivas contra la propagación del coronavirus?
"Francamente, no lo sé. Nunca antes habíamos afrontado una situación como la actual”, ha declarado a Radio Bulgaria Iván Igov, uno de los psicólogos escolares más destacados de Bulgaria.
El experto compara la pandemia de Covid−19 con otras calamidades sociales importantes. Opina que, al igual que en éstos, también en el caso actual las consecuenciasse relacionan con el llamado síndrome postraumático. “Por lo general, suele aparecer desde unas pocas semanas hasta unos meses después de la crisis. El problema es que en el caso que nos ocupa está crisis ni siquiera ha concluido”. No obstante, no hay que dramatizar la situación.
“Los menores tienen reacciones distintas en función del grupo de edad del que forman parte –asegura Iván Igov– . Los de más corta edad ven las limitaciones como una especie de juego. Además, el uso efectivo de la mascarilla en la escuela se produce durante un período relativamente corto, quizás unos veinte minutos al día. En la práctica, los niños no la usan la mascarilla estando en el aula. Soy de la opinión de que la situación es más estresante para los docentes que para los alumnos. Por lo que hace a los estudiantes mayores, el estrés postraumático dispara la agresividad en ellos. Creo que ésta irá en aumento en estos estudiantes. Además, no hay que olvidar que en Bulgaria el acoso escolar es de por sí bastante difundido. Cuando hablamos de agresividad, no nos referimos solo a su exteriorización. Esta agresividad puede acabar siendo asimismo introvertida. Los niños pueden comenzar a encerrarse en sí mismos, experimentar síndromes depresivos, incluso llegar a algunos excesos”.
“Hay también otro factor que eleva el estrés en las condiciones de Covid−19, estima Iván Igov. En las escuelas búlgaras de las grandes aglomeraciones urbanas hay una excesiva saturación de estudiantes. Una parte de los edificios se han construido para acoger a 300 o hasta 500 alumnos, pero en la actualidad en algunos centros docentes están hacinados de 1.300 a 1.500 educandos en diferentes turnos de enseñanza, y cualquier intento por trastocar y reemplazar las tandas con la idea de soslayar la acumulación de un número importantes de alumnos no hace sino generar una tensión adicional. En tales planteles no se dan, en la práctica, las condiciones para el distanciamiento social”.
¿Será, entonces, posible que "la nueva normalidad” inserte a la generación de los adolescentes en un modelo social deformado que roce la esterilidad y el aislamiento extremos?
No creo que esto vaya a tener consecuencias a largo plazo para los niños –opina, contundente, Iván Igov− . En psicología social los estados postraumáticos se suelen observar, por ejemplo, después de una guerra. Pero las guerras están causando traumas de mucho mayor calado y durante períodos más prolongados. Lo cierto es que las generaciones actuales y, sobre todo, los menores de edad consiguen adaptarse a los cataclismos sociales. Mis pronósticos apuntan a que para la primavera de 2021 podremos retornar a una normalidad parecida a la que habíamos disfrutado hasta hace poco. Mientras tanto, los niños habrán aprendido a mantener una higiene más esmerada y a tener mayor sensibilidad”.
Versión en español por Mijail Mijailov
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