En el calendario popular en la misma fecha cae el Día del mártir Ignacio o Ignazhden (como se denomina esta festividad en búlgaro). En Ignazhden comienza la transición al nuevo año. El día está colmado de prohibiciones, adivinaciones y actos rituales que deberían atraer a las fuerzas del Bien y preparar un nuevo comienzo.
El Día de san Ignacio no se debe dar prestado o regalar nada, ni se ha de sacar nada de la casa, y todo quien cruce el umbral deberá tener “las manos llenas”. El rito más importante en este día es el llamado polázvane (derivado de lasia, gatear), por lo que la festividad se llama también Poláz o Polázovden. Se cree que, dependiendo de quién sea la primera persona que entre en la casa ese día, se podrá adivinar cómo sería el año nuevo para sus moradores. La gente abrigaba la esperanza de que el poláznik −el primer visitante− fuera una persona saludable, trabajadora, de carácter afable, honesta, afortunada y buen amo, porque eso traería bendición a los anfitriones y su año sería fecundo y próspero.
Según los villancicos tradicionales que se cantan en esa época del año, en Ignazhden comenzaron los dolores de parto de la Virgen. Por eso, las mujeres no trabajaban ese día y los platos para la cena incensada se preparaban la víspera de la festividad.
Según la creencia popular, el día del solsticio de invierno (22 de diciembre) nace el nuevo sol, el Dios Joven. Uno de los símbolos materiales del sol y Dios en las nociones tradicionales de los búlgaros es el pan, que ocupa un lugar importante en todas las costumbres populares.
Puede conocer cuáles eran los panes rituales que se preparaban antaño en la última decena de días del año en la publicación “Los panes rituales de Ignazhden a Navidad” de la colección de Radio Bulgaria.
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