En 1961, celebridades hollywoodenses se congregan frente a la gran pantalla para cerciorarse con sus propios ojos que la magia no es un privilegio único y exclusivo de los charlatanes. En el centro de la arena circense, en medio de humaredas que se iban disipando, un faquir se quitaba la cabeza e iba abandonando el recinto con un andar pausado, sujetándola en una manos. Tras observar aquel momento explosivo, las estrellas del celuloide recordarían para siempre el nombre de Mister Senko, el búlgaro que cautivó el corazón del púbico del mundo entero por sus maravillosos trucos.
Su vida se inició rodeada de penuria y soledad. Nació en 1905 con el nombre de Evstati Jristov Karáyonchev, marcado por un sino en el que tendría que luchar por su supervivencia desde la más corta edad.
”La calle, el hambre y la miseria fueron mis maestras – recuerda los primeros años en una entrevista de 1978, conservada en el Archivo Sonoro de Radio Nacional de Bulgaria– . Con trece años de edad llegué de mi Vratsa natal a Sofía. Era huérfano, tenía por cama tres sillas juntadas y repartía café en el juzgado. Pero un día el dueño del cafetín me echó porque me había demorado en prender el fuego de la estufa. Así me puse delante de la carpa del circo. Salió de ella uno buscando chicos para vender limonada y pasteles y así me metí en el circo. En aquel entonces, los circos no eran tan modernos como ahora, sólo funcionaban en verano. Al terminar el espectáculo, me escondí debajo de los asientos para dormir. A la mañana siguiente vi a un empleado barriendo el suelo y me levanté para ayudarlo. Fue así como empecé en el circo”.
Al cumplir los dieciocho años fue tocado por la predestinación de convertirse en una persona extraordinaria y de granjearse la admiración de las multitudes por su virtuosismo. Un día en el circo, en el que hacía de chico para todo, se personó el Turco Misterioso, un ilusionista francés, quien se fijó en el acto en las fogosas chispitas de curiosidad en los ojos del joven y cuando un día el asistente del Turco enfermó, Evstati le sustituyó saliendo a la arena. El ilusionista francés lo tomó como discípulo, y el día en que se iba le confió el secreto de su espectacular truco Metamorfosis, con el que el mago en ciernes fue cautivando al público en plazas y escuelas.
Dos años más tarde, ya se dedicaba por completo al arte del ilusionismo con el seudónimo de Mister Senko, que, por ironía del destino, fue el resultado de un error de ortografía, fijando aquel seudónimo artístico, que atraería al público en los circos más renombrados durante casi medio siglo.
En 1939, en el Congreso Internacional del Arte de la Ilusión en Berlín, estrenó su truco de quitarse la cabeza, que sería el más célebre y celebrado de sus números, y se alzó con el segundo premio. Por este y otros números trucos de igual espectaculares como ”Cortar a una mujer por la mitad con sierra circular” y “La silla eléctrica” fue conquistando multitud de galardones, pero el más prestigioso por entre ellos fue sin duda el Premio Especial de la Sociedad Estadounidense de Magos. Francia, por su parte, le hizo entrega de su distinción más prestigiosa: la Orden Robert Houdin.
”A nivel internacional, estuve actuando durante un cuarto de siglo en al menos cinco o seis países de Europa enarbolando la enseña nacional búlgara –prosigue su narración Mister Senko– . Llegamos un día a una ciudad noruega y veo ahí delante de la sala unas banderas ondeando. En el centro estaba la bandera búlgara, a la izquierda iba la alemana, a la derecha la estadounidense, y las otras iban detrás. Fue en aquel momento cuando me sentí de lo más complacido. Saqué mi cámara y disparé una foto. Una vez dentro, me puse a hablar en búlgaro, y uno me amonestó diciéndome que hablara en una lengua extranjera, en inglés. “¿Por qué no hablas tú en búlgaro?”, le contesté. En esos cincuenta a sesenta años de mis actuaciones no hubo personas que se las perdiera. Y todo el mundo al pasar a mi lado, susurraba: “Mira, mira, es Mister Senko”.
La última vez que se “quitó” la cabeza fue en el espectáculo por su 60 aniversario, en el que se despediría del público profiriendo: ”Es importante no solo saber subir al escenario, sino también cómo y cuándo abandonarlo”. Dejó este mundo a la edad de 82 años, tras haber actuado en miles de espectáculos y cautivado a millones de personas.
Versión en español por Mijail Mijailov
Fotos: Kalin Kamenov, archivo
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