Hace un siglo, en sus tertulias, los búlgaros iban tomándose a pequeños sorbos su café a la turca y, si les parecía que no estaba lo suficientemente azucarado, compensaban comiendo algún dulce como el tulumba (un postre parecido al churro, pero bañado en almíbar), el lokum (delicia) o la baklavá (pastel de pasta filo, relleno de nueces trituradas y bañado en almíbar). Sumergidos en la humareda de sus pitillos y con una copa de absenta en la mano, comentaban la política. A guisa de un digestivo eficaz, recurrían a un remedio probado a lo largo de los siglos: el aguardiente.

¿Qué clase de tentaciones acechaban a los búlgaros y sucumbían éstos a ellas con facilidad? Procura despejar este interrogante la exposición titulada Vicios, montada en el Museo Politécnico Nacional, en la que la primera parada es la sección de Alcohol y Envases.

“Un dato curioso es que en aquella época no tenían difusión la botellas de capacidad de 500 y 750 gramos y la mayoría de las bebidas se comercializaban en botellines de 300 gramos −explica Madlén Yáneva, del Departamento de Relaciones Públicas del museo− . Algunos de aquellos envases parecían auténticas obras de arte y por sus formas semejaban la silueta de un cuerpo femenino desnudo o de una ninfa del mar, según la imaginación del bebedor. La otra distinción de las botellas de la actualidad es que aquellos botellines no llevaban pegadas etiquetas de papel, sino que la marca, el fabricante y el año de la producción estaban grabados en el vidrio del envase”.

En la sección de Tabaco, Rapé y Cía se puede rastrear la penetración del tabaco en tierras búlgaras y la comercialización de una de las debilidades humanas. Las cajas y cajetillas de cigarrillos, pipas, pitilleras, proporcionadas por el Museo de Historia de la ciudad de Gorna Oryájovitsa (centro norte de Bulgaria), así como el resto de muestras de la exposición, obtienen especial realce con tres objetos de gran valía de la “Colección palaciega” del Museo Politécnico.

“El primero es una pitillera de plata, obsequiada al zar Fernando por las Fábricas Tabacaleras Unidas S.A. en el año 1912, con motivo del cuarto de siglo de su entronización−dice Madlén Yáneva−. La pitillera, diseñada por el artista Jaralampi Tachev, fue elaborada en el estudio de Georg Adam Scheid, unfamoso joyero vienés. Está decorada con esmaltes de color, rubíes, zafiros y un hermoso paisaje de las colinas de la ciudad de Plovdiv.

El otro objeto es una cigarrera lujosa, obsequiada por Dimítar Stavridis, dueño del Taller Tabacalero Orel (águila) de Plovdiv y fabricante de los primeros cigarros puros en Bulgaria, como recuerdo de la inauguración de la Feria de Plovdiv en 1892. Mostramos además un juego de café otomano de once tazas ordenadas en una hermosa caja que ostenta el sello del sultán Abdul Hamid II, elaborado a finales del siglo XIX en las fábricas de porcelana de Kuznetsk, en Rusia”.

En la sección de Azúcar, Café y Cía se enfatiza en el papel crucial de la ciudad de Gorna Oryájovitsa en la esfera de la producción confitera y repostera. Junto con los dulces, en las calles de la ciudad se vendía salep, que era la limonada de los búlgaros de antaño, producida de tubérculos de orquídea y edulzada con azúcar o miel.

”Fotos y documentos de archivo aluden a los senderos comerciales que las sociedades locales tuvieron que recorrer para llegar a los aficionados a los productos dulces”, comenta Madlén Yáneva.

Recorriendo las áreas de la exposición en el Museo Politécnico Nacional −que se mantendrá abierta hasta finales de mayo− , el visitante acaba dándose cuenta de que las tentaciones no han sufrido cambios especiales con el tiempo. A igual que los búlgaros de antaño, los de la época moderna continúan disfrutando de las seducciones: les agrada comerse algún dulce, tomarse unas copas, fumarse un pitillo… Como resume Madlén Yáneva: no necesitan cambiar, pues presumir de piedad excesiva no es del agrado de Dios.

Versión en español por Mijail Mijailov

Fotos: Museo Politécnico Nacional