En el mapa mundial de la agricultura biológica Bulgaria no es simplemente un punto, sino un mosaico multicolor de productos de alimentación que llevan el aroma y el sabor de la pura naturaleza. De las superficies biológicas certificadas de Bulgaria salen cultivos reclamados por todo el mundo: plantas etéreas y oleaginosas para la industria mundial de la perfumería, hierbas silvestres de las puras montañas, miel de matices gustativos únicos, frutas biológicamente cultivadas y uva para elaborar vino. La paradoja es que mientras que el mercado de productos biológicos en Bulgaria va creciendo por la exportación de materias primas al extranjero, los productores nacionales poco a poco ceden bajo la presión del cambio climático y la burocracia. Albena Simeonova, presidenta de la Asociación Búlgara Productos Biológicos, expone más detallas sobre el tema.
“En la práctica mundial hay dos nociones, producto convencional y producto biológico. Hemos oído hablar de productos del monte que venden las abuelas y que tienen sabor auténtico o natural, pero estos productos pertenecen a la categoría de los convencionales. El producto biológico es el que se produce sin el uso de pesticidas, fertilizantes químicos o GMO. ¿Cómo se prueba esto? Se hacen análisis del suelo, de las plantas y de las frutas. El cliente puede entender si el producto es biológico viendo la etiqueta que tiene la forma de una hoja verde con 12 estrellas en verde o en negro”.
A pesar del buen nombre que tiene Bulgaria en los mercados mundiales, solo un 2% de las tierras labradas han sido certificadas como biológicas. Esto representa un brusco descenso respecto al 5% de tierras biológicas que poseía el país hace una decena de años. Mientras que el agricultor convencional utiliza sustancias químicas contra los daños de granizadas o sequía, la única protección del productor biológico contra los desastres naturales cada vez más frecuentes es la costosa protección vegetal biológica. Los pronósticos para la cosecha de este año no son nada optimistas.
“La verdad es que el cambio climático se refleja en mayor medida en la producción de productos biológicos. No se trata solo de la falta de riego de los suelos, las lluvias ácidas o los vientos del Sahara. No es menos grave el problema con la burocracia y los trámites administrativos, los montones de documentos, certificados, inspecciones, rendiciones de cuentas, etc. Además, para que uno se convierta oficialmente en productor biológico, debe pasar por un periodo de transición de 2 a 3 años. Durante este tiempo se trabaja en conformidad con todos los requisitos, la cosecha no es tan abundante, se vende a precios convencionales porque uno todavía no posee certificado. Es decir, un agricultor gasta más, gana menos y espera”, dice Albena Simeonva.
Entre el 80 y el 90% de la producción biológica nacional se exporta a países como Alemania, los países escandinavos o Gran Bretaña, bajo la forma de materia prima. De esta manera el girasol de Dobrudzha se procesa en Países Bajos y se convierte en una pasta biológica vegetal y las frambuesas de los Ródopes, en una confitura biológica que lleva la inscripción de Made in Germany.
“A los políticos les diría lo siguiente: ayuden al agricultor búlgaro a procesar la producción de su granja introduciendo una medida especializada, como era durante el programa anterior por valor de unos 10 millones de euros que redundó en el boom del sector. El apoyo a la construcción de pequeños talleres daría la posibilidad a los productores a elaborar ellos mismos sus vinos, la confitura y otros productos que tienen valor añadido”.
Redactora: Veneta Nikolova
Traducido y publicado por Hristina Táseva
Fotos: BGNES, Facebook /Българска Асоциация Биопродукти, Facebook /Албена Симеонова, BTA
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